Eres el recuerdo más cálido de mi infancia. Inolvidables tardes sabatinas en esa sala con muebles de brazos abiertos, viendo cuanta película mexicana tuviéramos a nuestro alcance. Mis tías entraban y salían, a mi hermana no le gustaba ver televisión, y en cambio a mí, no tenías que preguntarme dos veces. Éramos tú y yo. Nuestro tiempo juntas.
Cantinflas, María Félix, Jorge Negrete eran protagonistas infaltables en historias que nos envolvían. Pero en un escalón más alto, estaba Pedro Infante, el ídolo de México. Nuestro Pedro. Llorábamos y a la vez, nos reíamos de nosotras al ver cómo nos afectaban cada una de sus andanzas y tragedias. Pedro cantaba con el alma, transmitía una humildad que nos enamoraba en cada aventura, interpretaba sentimientos tan sinceros que terminaban rompiéndonos el corazón junto con el suyo. Nadie en la familia ha experimentado tanto sufrimiento en la vida como nosotras. Indiscutiblemente tu nieta, Mamama, sin necesidad de mayor refuerzo. Con los años, aquella sede de nuestro club de dos, se convirtió también en el rincón especial que compartíamos con mi abuelo, tu motor y motivo. Nadie más tenia ese privilegio. Podían irse todos, y no sentíamos ausencia. El día que nos tocó soltar su mano y dejarlo descansar, el acuerdo familiar fue tácito. Me convertí en la posta necesaria para mantenerte cuerda, llenando nuestro espacio con memorias para no perdernos.
Hace algún tiempo, dejamos de ver películas juntas. Tu corazón preocupado, alentado por una imaginación desbocada, decidió que por mi seguridad nuestra comunicación debía ser telefónica a partir de ese momento. Entendiendo de donde venía aquel deseo, me resigné. Sin embargo, desde esa noche en adelante, nuestra familia es testigo de algo especial:
Cada una, desde su rincón, se desvela sin que alguien entienda el porqué. Las horas comienzan a pasar, la gente se va a dormir y nosotras comenzamos a pensar en la infinidad del mundo. Leemos, vemos televisión, jugamos solitario. Asumen terquedad, pero en realidad repasamos mentalmente el bienestar de todos los socios e invitados de nuestro clan. Lo imaginamos todo, prevenimos todo, porque esperamos todo. Nadie en la familia ha experimentado tanto sufrimiento en la vida como nosotras.
Tú, rezas encomendando a todos los que quieres, y lloras de la impotencia que tu mente cada día más ausente, te hace sentir. Yo, administro fortunas imaginarias para velar por todos en la familia, y trato de controlar la melancolía de saber que pronto no podré consolar tus penas.
Mientras tanto, cuando la desesperación me embarga, me sirvo un tecito tibio como sé que también tomas, y me arrullo con alguna serenata de nuestro Pedro, para no olvidar que de una u otra forma, siempre tendremos en un escalón más alto, nuestro rincón.
0 comentarios